Puqtiq yawar qucha

Escribe: Gabriela Wiener

Una soprano cantaba en quechua el Himno Nacional. Había algo de reparación también en ese gesto. Como si el Estado estuviera cantándoles a ellas por primera vez. Pero no, no era el Estado. Qué va. Esa tarde la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos entregaba su Premio Anual, esos que gente como Aldo M o Cipriani o toda la pandilla de fachas de este país llaman “cosas de caviares”, mientras sus acólitos aplauden como monos.

Máxima Acuña subió al escenario, con su sombrero de paja. En cada fibra de su falda había más dignidad y valentía que en todos los cínicos juntos. Se podían ver las lagunas azules de Cajamarca reflejadas en los ojos de Máxima, pero el Puqtiq yawar qucha, el lago de sangre que hierve, había bajado de las alturas para recordarnos algo. A esta mujer le han quemado la casa, le han matado a sus animales, pero ella estaba aquí. Levantó el puño muy suavemente y lo dejó ahí, sostenido en el aire una breve eternidad, mirando a todos en silencio. El auditorio lleno la aplaudió de pie, como se aplauden a las verdaderas heroínas.

A continuación, subieron al escenario las mujeres de la asociación de víctimas de las esterilizaciones forzadas, realizadas de acuerdo al macabro plan del gobierno de Fujimori. “Somos 270 mil mujeres esterilizadas y 24 mil varones vasectomizados, que llevamos luchando 18 años por justicia y reparación”, dijo Ruth Zúñiga.“Somos nosotras las que hemos dado la cara. Los hombres aún tienen miedo”. Así es, los señores afectados aún no lo han visibilizado. Son ellas las que lo gritan. Por eso la lucha feminista por la autonomía de nuestros cuerpos es de todos. “Nos lo hicieron jóvenes, ahora no vivimos felices con nuestras parejas, sentimos dolor”, se lamentó Ruth. Otra vez tuvimos que ponernos de pie.

Arrancar la felicidad fue política de Estado en el Perú. Destruir la naturaleza. Arrollar derechos también. Merecido premio a las guerreras defensoras de la alegría, contra la estupidez generalizada.

Diario La República